Plataformas

La Web: su evolución y aplicación en los ambientes educativos

Era 1989 y Tim Berners-Lee, de 35 años, trabajaba en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por su primer nombre en francés: Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire) con sede en Ginebra, Suiza.

Mientras hacía sus actividades en el laboratorio donde años después se descubriría la “Partícula de Dios”, este físico inglés graduado de la Queen’s College de Oxford, creó la World Wide Web (WWW), el prefijo de cada dirección de Internet, que todos conocemos. Con su propuesta del primer hipertexto global, Berners-Lee dio inicio a un proceso evolutivo de tecnologías que se han venido articulando a la Web desde 1991, año en que este proyecto salió de las entrañas del CERN para alojarse en Internet.

Quienes teorizan sobre el tema dividen a la Web en tres estadios diferentes: la Web 1.0, la Web 2.0 y la Web 3.0. En el primero, quienes entendían los intrincados códigos de las primeras versiones de los lenguajes de programación eran los únicos que podían manipular el contenido: era una Web plana, de sólo lectura, en la que el usuario no podía interactuar con nada de lo que veía en la pantalla del computador.

El panorama cambió cuando llegó la Web 2.0. Como lo explica el irlandés Tim O’Reilly -divulgador y entusiasta de la tecnología de Internet- en su texto “¿Qué es la Web 2.0?”, él y su equipo de  O’Reilly Media Inc., acuñaron este término para explicar la revalorización de la Web después de la crisis que sufrieron las empresas del sector de las tecnologías informáticas y la computación a principios de los 2000.

Este resurgimiento se centró, técnicamente, en la forma en que se accedía a la información. Según Liam R. E. Quin, líder de investigación en XML del World Wide Web Consortium (W3C), la Web 2.0 utiliza lenguajes de programación como Javascript para mejorar las búsquedas de información, así como lenguajes para estilizar la presentación de la información como la hoja de estilos en cascada o CSS. 

En términos generales, la Web 2.0 empoderó al usuario de Internet, le dio un papel más relevante, le dio la posibilidad de crear, añadir y gestionar contenido en diversos formatos (texto, video, imágenes, audio, etc.); fuimos testigos de la creación de Blogger, Wikipedia, Youtube, Flickr y todos sus parientes.

La rueda siguió rodando y  llegó la Web 3.0. Dentro de las características más relevantes de la versión 3.0 de la Web se encuentra la disposición flexible de la información en diversos dispositivos y formatos, la creación colectiva de conocimiento, el manejo de grandes bases de datos producto del uso de plataformas y aplicaciones (Big Data), el uso entusiasta de la Web Semántica, el enfoque prospectivo hacia la visión 3D, la Web Geoespacial, la investigación y aplicación de la inteligencia artificial, entre otros. 

Según Kris Alexander, director de estrategia de dispositivos conectados en Akamai, empresa que provee redes de distribución de contenido en todo el mundo, la Web 3.0 está relacionada con los esfuerzos por mover la experiencia de navegación “hacia algo que es consciente del usuario, de sus dispositivos, de su locación, de sus hábitos, sus preferencias, etcétera”.

Fernando Santamaría, profesor – asesor del Centro de Tecnología para la Academia de la Universidad de La Sabana, comenta que esta fase evolutiva de la Web 3.0 le da mayor protagonismo al internauta: “no se necesita ser un experto, es fácil poder compartir información y modificar diseños” de los portales online. Además, afirma Santamaría, “el uso de buscadores es mucho más fácil (…) se usan otras formas de interaccionar como la voz y no se depende de un sólo servicio para obtener información, sino que ésta puede estar distribuida en varios sitios para juntarla en un tercero”.

Muchos son quienes apoyan esta numeración progresiva. Para el profesor Santamaría representa el progreso de la Web a través de sus franjas evolutivas en torno a la tecnología que usa y las formas en las que interactuamos con ella. Pero también tiene sus detractores como José Raúl Canay Pazos, profesor de la Universidad de Compostela, quien piensa a la Web 3.0 como “un concepto carente de significado real, una buzzword (palabra que se hace popular por un determinado período de tiempo) originada por la mercadotecnia”; para él, la Web 3.0, así como sus antecesores, la Web 1.0 y 2.0, son “constructos culturales, no tecnológicos, muy influenciados por la retórica empresarial” y los medios de comunicación.

A favor o en contra -siempre se tomarán posiciones en todo- lo cierto es que la evolución de la Web ha tocado diversos ámbitos de la vida humana, entre ellos los ambientes y procesos educativos. En su trabajo teórico como experto en temas emergentes de tecnología educativa, el profesor Santamaría expone que la Web 1.0 permite un proceso de enseñanza sobre una única relación profesor-alumno en sentido unidireccional, mientras que la Web 2.0 amplía esta interacción contemplando un intercambio, una construcción colectiva de conocimiento alumno-alumno en torno a los temas de la clase. Por su parte, el último estadio evolutivo de la Web, la 3.0, añade otro flujo a las relaciones de aprendizaje: la retroalimentación del alumno al profesor. 

Sumado a esto, la evolución de la Web también ha repercutido en los espacios donde se enseña y se aprende. En la 1.0 los procesos educativos se realizan en lugares físicos, en salones, laboratorios, salas, facultades, etc., mientras que la Web 2.0 ya motiva la enseñanza en ambientes online y configura así una educación combinada (blended learning, la denominan los expertos en el tema) en la que las actividades de la clase pueden hacerse de manera presencial y virtual. La Web 3.0, por su parte, posibilita el aprendizaje en ambientes netamente virtuales, eliminando el carácter presencial de la escuela tradicional; estos espacios se articulan en sistemas de gestión de aprendizaje o LMS, por sus siglas en inglés.

Asistimos, entonces, a una suerte de proceso creciente de “tecnologización” de la educación. Para algunos, incluso, la presencia de la tecnología en la educación es incuestionable: “no concibo que las instituciones de educación superior en pleno siglo XXI no utilicen la tecnología para los procesos de educación superior (…) las TI (Tecnologías Informáticas) deben estar orientadas a los estudiantes para apoyar sus procesos de formación y estudio”, remata Andrés Pumarino, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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